"Siguiendo el camino que señalan los
sabios, quien busca la verdad llega
finalmente a la cima del monte de la
sabiduría y, al mirar hacia abajo,
contempla el panorama de la vida que se
extiende ante él. Las ciudades de las
planicies no son más que motitas y por
todas partes el horizonte queda oculto
tras la bruma gris de lo Desconocido.
Entonces el alma se da cuenta de que la
sabiduría reside en la amplitud de miras
y se incrementa en función de la
perspectiva. Entonces, como los
pensamientos del hombre lo elevan
hacia el cielo, las calles se pierden en
ciudades las ciudades en naciones, las
naciones en continentes, los continentes
en la tierra, la tierra en el espacio y el
espacio en la eternidad infinita, hasta
que al final solo quedan dos cosas: el
Yo y la bondad de Dios.
Si bien el cuerpo físico del hombre
vive en él y se mezcla con la multitud
irresponsable, cuesta pensar que el
hombre vive realmente en un mundo
propio, un mundo que ha descubierto
elevándose en comunión con las
profundidades de su propia naturaleza
interna. El hombre puede vivir dos
vidas. Una es una lucha desde el vientre
hasta la tumba, cuya duración se mide
por algo que el propio hombre ha
creado: el tiempo. Bien podemos
llamarla «la vida inconsciente». La otra
vida va desde el entendimiento hasta el
infinito. Comienza con la comprensión,
dura para siempre y se consuma en el
plano de la eternidad. Se la llama «la
vida filosófica». Los filósofos no nacen
ni mueren, porque, cuando llegan a darse
cuenta de la inmortalidad, son
inmortales. Cuando han alcanzado la
comunión con el Yo, se dan cuenta de
que en su interior hay un fundamento
inmortal que no desaparece. Sobre una
base viva y vibrante —el Yo— erigen
una civilización que perdurará después
de que el sol, la luna y las estrellas
hayan dejado de existir. El tonto no vive
más que para el presente: el filósofo
vive para siempre.
Una vez que la conciencia racional
del hombre hace rodar la piedra y sale
de su sepulcro, ya no muere más, porque
después del segundo nacimiento, de
carácter filosófico, ya no puede
desaparecer. No se debe deducir de esto
la inmortalidad física, sino, más bien,
que el filósofo ha aprendido que su
cuerpo físico no es más su verdadero
Yo, del mismo modo que la tierra física
no es su verdadero mundo. Cuando se da
cuenta de que él y su cuerpo no son lo
mismo —que, aunque la forma perezca,
la vida no se pierde—, alcanza la
inmortalidad consciente. A aquella
inmortalidad hacía referencia Sócrates
cuando dijo: «Anito y Meleto pueden,
sin duda, condenarme a muerte, pero no
pueden hacerme daño». Para los sabios,
la existencia física no es más que la
habitación exterior de la sala de la vida.
Abriendo las puertas de esta
antecámara, el iluminado pasa a otra
existencia más grande y más perfecta. El
ignorante vive en un mundo limitado por
el tiempo y el espacio. En cambio, para
los que captan la importancia y la
dignidad de Ser, aquellas no son más
que formas fantasmas, ilusiones de los
sentidos: son límites arbitrarios que la
ignorancia del hombre impone a la
duración de la Divinidad. El filósofo
vive y se emociona al darse cuenta de
esta duración, porque, según él, la Causa
Omnisciente considera aquel período
infinito el momento de todos los logros.
El hombre no es la criatura
insignificante que parece ser; su cuerpo
físico no es la verdadera dimensión de
su auténtico ser. La naturaleza invisible
del hombre es tan amplia como su
comprensión y tan inconmensurable
como sus pensamientos. Los dedos de su
mente se extienden y agarran las
estrellas; su espíritu se mezcla con la
vida palpitante del propio cosmos Quien
haya alcanzado el estado de
entendimiento ha aumentado tanto su
capacidad de conocimiento que poco a
poco va incorporando en su interior los
diversos elementos del universo. Lo
desconocido no es más que lo que
todavía falta por incluir en la conciencia
del buscador. La filosofía ayuda al
hombre a desarrollar el sentido de
apreciación, porque, así como revela la
gloria y la suficiencia del conocimiento,
también despliega los poderes y las
facultades latentes que le permiten
dominar los secretos de las siete
esferas.
Desde el mundo de las actividades
físicas, los antiguos iniciados llamaban
a sus discípulos a la vida de la mente y
el espíritu. A lo largo de los siglos, los
Misterios han estado en el umbral de la
Realidad: un lugar hipotético entre el
noúmeno y el fenómeno, la sustancia y
la sombra. Las puertas de los Misterios
siempre están entreabiertas y los que
quieren pueden entrar en el espacioso
domicilio del espíritu. El mundo de la
filosofía no queda ni a la derecha ni a la
izquierda, ni arriba ni abajo. Como una
esencia sutil que impregna todo el
espacio y toda la sustancia, está en todas
partes: penetra en lo más interno y lo
más externo de todo el ser. En todos los
hombres y en todas las mujeres, estas
dos esferas están conectadas por una
puerta que conduce desde el no yo y sus
preocupaciones hasta el Yo y sus
realizaciones. En los místicos, esta
puerta es el corazón y, mediante la
espiritualización de sus emociones, se
ponen en contacto con el plano más
elevado, que, una vez sentido y
conocido, se convierte en la suma de lo
que vale la pena. En los filósofos, la
razón es la puerta entre el mundo
exterior y el interior, y la mente
iluminada salva el abismo entre lo
corpóreo y lo incorpóreo. Por
consiguiente, la divinidad nace dentro
del que ve y, desde las preocupaciones
de los hombres, se eleva hacia las
preocupaciones de los dioses.
En esta época de cosas «prácticas»,
los hombres se burlan hasta de la
existencia de Dios Se mofan de la
bondad, mientras reflexionan con la
mente ofuscada sobre la fantasmagoría
de lo material. Han olvidado el camino
que conduce más allá de las estrellas. Se
han desmoronado las grandes
instituciones místicas de la Antigüedad,
que invitaban al hombre a ingresar en su
herencia divina, y las instituciones
creadas por el hombre se yerguen ahora
donde antes los antiguos templos del
saber alzaban un misterio de columnas
acanaladas y mármoles pulidos. Los
sabios vestidos de blanco que
entregaron al mundo ideales de cultura y
belleza se han envuelto en sus vestiduras
y han desaparecido de la vista de los
hombres. Sin embargo, esta pequeña
tierra todavía está bañada —como antes
— por la luz de su Generador
Providencial. Criaturas ingenuas siguen
haciendo frente a los misterios de la
existencia física. Los hombres siguen
riendo y llorando, amando y odiando;
algunos sueñan todavía con un mundo
más noble, una vida más plena, una
comprensión más perfecta. Tanto en el
corazón como en la mente del hombre,
las puertas que conducen de la
mortalidad a la inmortalidad se
mantienen entreabiertas La virtud, el
amor y el idealismo siguen siendo los
regeneradores de la humanidad. Dios
sigue amando y conduciendo los
destinos de Su creación. El camino sigue
subiendo, serpenteante, hacia la
consecución. El alma del hombre no ha
perdido sus alas, que solo están
dobladas bajo su vestidura de carne. La
filosofía sigue siendo el poder mágico
que, rompiendo el recipiente de arcilla,
libera el alma de la esclavitud del
hábito y la perversión y, como antes el
alma liberada puede desplegar las ajas y
remontarse hasta sus propios orígenes.
Los que proclaman los Misterios
vuelven a hablar y dan a todos los
hombres la bienvenida a la Casa de la
Luz. La gran institución de materialidad
ha fracasado. La civilización falsa
construida por el hombre se ha dado la
vuelta y, como el monstruo de
Frankenstein, está destruyendo a su
creador. La religión vaga sin rumbo por
el laberinto de la especulación
teológica. La ciencia choca, impotente,
contra las barreras de lo desconocido.
La única que conoce el camino es la
filosofía trascendental. Solo la razón
iluminada puede elevar la parte lúcida
del hombre hacia la luz. Solo la filosofía
puede enseñar al hombre a nacer bien, a
vivir bien, a morir bien y, de forma
perfecta, a volver a nacer. A este grupo
de elegidos —los que han escogido la
vida del conocimiento, de la virtud y de
la utilidad—, los filósofos de todos los
tiempos te invitan a entrar, lector"
Manly P. Hall - Las enseñanzas secretas de todos los tiempos.
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