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[...] Miro hacia atrás - y pienso- tantos años dedicados en cuerpo y alma a la conversión de la función fáctica en antifáctica guiado por la particular interpretación de la transformación de Dirac, por la cual toda partícula física posee su antipartícula; toda una alegoría proyectada en la Caverna de Platón en donde las sombras de los prisioneros representaban la antimateria de sus cuerpos encadenados unos a otros... Haciendo lo propio con la función poética (y su antitética) e inmerso en la masa imaginaria de Majorona, aunque en esta ocasión visualizándome en la manchega Cueva de Montesinos: cavidad en la que a nuestro ilustre Don Quijote se le presentó un encantamiento múltiple.
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