Sentí que estábamos adentro de un caleidoscopio de luces negras, violetas, rosadas, con figuras inmóviles pero que cambiaban: Alicia, los muebles, yo, nos movíamos sin movernos, es decir, avanzaba el tiempo sobre nosotros y nos modificaba, y mis ojos se habían transformado para ver esos movimientos del tiempo que tan segura aunque tan lentamente iban cavando las arrugas dentro de nosotros, debilitando nuestros cabellos hasta hacerlos incoloros un día, haciéndonos más frágiles y adelgazando la madera de roble de la cama, la mesita, el ropero.
“Desgaste”, pensé. En un segundo había podido observarlo. Pasaba suavemente, se producía en años o en décadas, pero yo lo había visto pasar en un segundo.
Desgaste; lo que yo haría con Alicia era más bien piadoso: acelerarlo.
Entendí que debía esperar un poco más, apenas si llegaba a la página 10 de los Ejercicios… y si hoy mataba ya no podría terminarlo